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LA HISTORIA OLVIDADA DE 𝗦𝗘𝗚𝗨𝗡𝗗𝗢 𝗗𝗘 𝗖𝗛𝗢𝗠𝗢́𝗡: EL NÓMADA SOÑADOR #DíadelCineEspañol




LA HISTORIA OLVIDADA DE 𝗦𝗘𝗚𝗨𝗡𝗗𝗢 𝗗𝗘 𝗖𝗛𝗢𝗠𝗢́𝗡: EL NÓMADA SOÑADOR


Por Marta Martín de la Beldad para #EspacioC



Sumergirse en la historia del #cine implica ser capaces de reconocer que la imagen en movimiento nunca fue "inventada" de la noche a la mañana, sino que fue un proceso de ensamblaje muy largo en el que fueron apareciendo piezas a lo largo del tiempo. Piezas como la cámara oscura, las sensaciones del zootropo, los fotogramas del fúsil de Marey y finalmente el kinetoscopio de Dickson y Edison que hallaría su proyección con el cinematógrafo de los Lumiére. Se trató de un complejo movimiento internacional, una puja entre los países por acceder a la corona de la "invención del cine", que sin sorpresa alguna acabó atribuyéndose apellidos de grandes potencias en alza en la revolución industrial. Melies, Griffith, Pastrone, Eisenstein, patriarcas canónicos con un reconocimiento merecido, pero que monopolizan una historia que también fue de "otros".


Segundo de Chomón es un nombre que no suele retumbar en nuestros oídos. El cineasta turolense siempre ha sido lateral, accesorio, auxiliar de la fama de aquellos. Si se le reconoce es en referencia al mago francés, George Melíes: "el Meliés español" exento de toda personalidad única. Pero lo cierto es que su obra poco tiene de imitación al artista del que tanto aprendió y cuyas películas coloreaba. En mi arriesgada opinión, Meliés era un mago apasionado por la atracción y por la ilusión, enamorado de sus trampantojos de disfraces y decorados, pero incapaz de abandonar su estudio de Montrueil, lo que le acabó anclando a un inmovilismo que finalmente le trajo el fracaso. Chomón, por otra parte, nunca gozó de la etiqueta de pionero en ninguna técnica y ahí probablemente nazca su chispa: el sedentario saca más provecho de la tierra que conoce, pero es el nómada el que puede resistirse al paso del tiempo. El cineasta fue un nómada soñador capaz de adaptarse a las exigencias constantes del cine itinerante. Se había movido tanto por los terrenos industriales de la cinematografía que sabía transformar su arte con los cambios. No solo sabía lo que demandaba el espectador, sino también aquello que sus ojos eran capaces de entender con la evolución del lenguaje del cine. Fue un mago, sí, pero hábil para alternar entre la figura de Merlín con varita que hace trucos ("Excursión en la luna" 1908) y el científico hechicero de "Creátion de la Serpentine (1908), que de la tecnología de un laboratorio hace surgir una bella y refinada danza que sumerge incluso a quién no quiere mirar.


Porque precisamente esto último sería lo que le haría merecedor de la etiqueta de artista que hoy queremos darle. En pleno crecimiento de los gigantes industriales, la maquinaria del cine en España era criticada por intelectuales como Pardo Bazán o Unamuno por su carácter mecánico e instintivo, que alejaba al hombre de la experiencia estética del arte. Lo simbólico de "Creátion de la Serpentine" (1908) pudo demostrar que esa visión acartonada estaba lejos de la experiencia fílmica. Como el arte del celuloide, las serpentinas nacen de un laboratorio para transformarse en algo onírico, hipnótico e incluso efímero: desaparecen en llamas después de su baile, pero siempre pueden resurgir de sus cenizas porque la cinta permite su retroceso cuantas veces quiera el espectador. Y así es como el artista moderno, el español Segundo de Chomón, "eterniza lo caduco, aunque esta absoluta transitoriedad sea la esencia de lo moderno".





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